Esta es una novela en la que me quedaría a vivir. Quizá porque recrea un mundo que me parece imposible de tan deseado: un mundo en el que el amor entre amigas surge y florece, e incluso renace, a través de las cartas que se escriben. Quien se ha escrito cartas con amigas con asiduidad (pongo el femenino porque tanto en mi experiencia como en la novela son las mujeres las que escriben) sabe que es muy fácil crear un universo único y completo hecho de palabras, desligado a menudo, para bien y para mal, de la prosaica realidad. En las cartas uno se vuelve otro, más libre de habitar un mundo con menos reglas y más moldeable, en las cartas uno de repente puede sentirse libre de sentir y decirlo y conseguir que con una sola frase una mariposa aparezca detrás de la oreja de quien lee y salga volando por una ventana cerrada. Escribir cartas es vivir dos veces, ser persona y personaje, y cuando la correspondencia llega a su fin es un poco como morirse, también. La persona que eras cuando escribías ya no existe, porque la persona que te daba vida leyéndote ha dejado de leerte.
Nubosidad variable es mi novela favorita de Carmen Martín Gaite. Trata sobre la difusa frontera entre persona y personaje, entre vida y literatura, entre realidad y fantasía. La recuerdo como un collage lleno de imágenes felices, como «dos amigas del instituto riéndose a carcajadas sobre una alfombra primaveral, saboreando la complicidad de haber faltado a clase, mientras se comen un bocadillo y hablan de lo tontos que son los chicos». Imágenes de dos mujeres redescubriendo el amor que habían olvidado que compartían. Un amor joven e íntimo, hecho de palabras y de espera. «Vivir la espera. Era la retórica imperante en nuestra juventud. Poner los cimientos de un deseo y alimentarlo para que dure. Parecía que la felicidad se iba a desvanecer entre los dedos en cuanto la tocáramos. Yo he deseado pocas cosas con la fuerza con que deseo en este momento volver a ver a Mariana».
Escribiendo también se crea ese léxico familiar que todas las personas con vínculos profundos comparten, palabras o expresiones reales o inventadas llenas de significados que solo ellas pueden entender, significados como hilos invisibles que nos conectan en una complicidad única, raíces que nos alimentan y nos hacen sentir felices y a salvo. No nos damos cuenta realmente de este vocabulario compartido hasta que la relación se acaba y todo ese mundo hecho de palabras pierde su sentido y muere. Pero en las cartas permanece, aunque sea en el olvido de un viejo baúl. Quién sabe en qué futuro volveremos a ellas para hacer renacer aquel léxico familiar.
En este mundo de espejos hechos añicos, cada pedazo nos refleja de manera diferente. Escribir cartas es una forma de mirarnos desde pedazos nuevos. Y de disfrazarnos de todas las formas sugerentes, fantasiosas y divertidas que se nos ocurran para provocar una emoción, para que nos vean, o sencillamente para que nos quieran. Solo a una carta le puedes decir: «Asómate, Sofía, mira la luna. Tienes que notar ahora mismo cuánto te necesito y cuánto me importa que estés ahí esperando mi carta, la luna te dará el recado como sea».
En el amor por los collages, ya sean con recortes deslavazados de revistas para montar una imagen física, o con recortes deslavazados de anécdotas para armar un relato; en las continuas referencias a Cumbres borrascosas; en las alusiones a las formas de las nubes y cómo las nubes recogen las palabras; en la necesidad de dedicarse exclusivamente a aquello que alimenta la curiosidad mientras nos divierte y nos prende fuego la pasión; en la jocosidad con la que describe las tortuosas dinámicas de las relaciones familiares, esta novela está llena de lo que era Carmen Martín Gaite. Está llena de sus emociones, filias y fobias, hay una voz que reverbera de forma constante, como un murmullo de agua de fondo, que es suya y que da forma, color y emoción a todas las escenas.
Esta es una novela en la que me quedaría a vivir. Y es que me da mucha envidia. Ojalá todos tuviéramos una persona a la que escribirle cartas con la certeza de que va a estar ahí, mirando a la luna, esperando nuestras palabras para seguir construyendo juntas esa preciosa y única vida paralela.
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