Esta es la historia de una niña sola, desamparada y perdida en el París de los locos años veinte. Hija de una madre egoísta e indiferente y de un padre ausente y taciturno, la pequeña Gabri se cría sola, rumiando un descontento y una furia que no sabe identificar. «Desde que la chispa de la inteligencia prendió en sus ojos verdes, Gabri comenzó a observar a su madre con una natural malevolencia y ese extraordinario olfato de los niños para detectar lo secreto y lo anormal en la vida de sus padres». Por su propia experiencia, Irène Némirovsky sabía bien las consecuencias de tener unos padres así. Y, en especial, una madre egoísta y cruel. En la línea de El baile, esta novela cuenta la relación tormentosa entre una madre y una hija, marcada por un apego demasiado feroz para terminar bien. La escribió con veinticinco años, ya independizada de la tutela materna. Y es muy tentador leerla como un personal ajuste de cuentas con su propia infancia y adolescencia.
Esa infancia sobrevuela muchas de las novelas de Némirovsky. Una infancia vivida entre la indiferencia y el reproche de las personas adultas. Me maravilla la capacidad que tenía esta autora, una de mis escritoras favoritas de todos los tiempos, de crear personajes complejos dispuestos a vengar cada ofensa recibida, provistos de «esa terrible mirada negra de los niños castigados que recuerda el relámpago de odio impotente en los ojos de los esclavos, y que los padres nunca perciben». Y la soledad sobrecogedora que sobreviene después de cada humillación. Y el deseo de morir, de acabar de una vez con el dolor, solo mitigado por el consuelo de la venganza. De la idea terrible, difusa pero cada vez más concreta, de la venganza.
Otro de los temas recurrentes de Némirovsky es central en esta novela: la pasión amorosa, y su capacidad para elevar y envenenar. Describe con una precisión sobrecogedora e inmisericorde el deseo que nace en la adolescencia, un deseo tímido, aterrado y milagroso que un día salva y al siguiente, condena. Y, mezclado con una infancia traumática, puede rápidamente convertirse en «un deseo frenético de destrucción».
Pocas novelas profundizan tanto y tan bien en la complejidad de los vínculos entre madres e hijas. Con la intensidad y la fuerza arrolladoras habituales en su autora, La enemiga es una novela sobre el daño que los padres pueden llegar a infligir en sus hijos, a menudo sin ser en absoluto conscientes de ello, ni tener la capacidad de reconocerlo después.
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