lunes, 14 de julio de 2025

LLUVIA

Hace tiempo que procuro mantener en el mostrador una parte de la colección llamada Pequeños placeres de la editorial Ediciones Invisibles. Ya no es solo porque la gente no puede resistirse al reclamo de sus cubiertas preciosas y su pequeño formato, sino porque sencillamente me encanta que estas ediciones tan bonitas me den los buenos días todos los días cuando entro en la librería. Son libros breves atemporales escritos la mayoría a finales del siglo XIX o en la primera mitad del siglo XX que todavía nos interpelan por muy diversos motivos. Después de disfrutar hace años de ese caramelito que es Una villa en Florencia, he vuelto a Somerset Maugham con esta pequeña novela publicada a principios de este año en esta colección y ambientada en el otro lado del mundo, en una isla perdida del Pacífico. 

Obligados a hacer una escala imprevista en la isla de Pago Pago, dos matrimonios contemplan aturdidos una lluvia incesante que, día tras día, ensombrece el paisaje y el ánimo de todos. Una lluvia «despiadada y en cierto modo espantosa; se apreciaba en ella la malevolencia de las fuerzas primitivas de la naturaleza». Se han conocido en el barco y han entablado una amistad circunstancial inducida por la censura moral de las conductas ajenas, más que por la afinidad de sus gustos. El doctor Macphail no termina de hacer buenas migas con el misionero Davidson, pero no hay mucho más que hacer mientras la lluvia arrecia, así que juntos contemplan el paisaje y toman nota severa de las conductas de las personas que los rodean. En especial, de una señorita sin acompañante que ha desembarcado con ellos, se aloja en el mismo hotel y luce un aspecto y unos andares digamos que demasiado desinhibidos. 

La prosa de Somerset Maugham me parece de una fluidez hipnótica. Sin darte cuenta ha pasado una hora y ya estás en la penúltima página, al borde del asiento y con el corazón en un puño. Y todo ello sin descuidar su elegancia natural y una sencillez de estilo que oculta varias capas de lectura, si uno quiere mirar más allá de la superficie. Como en Pago Pago, no solo es agua lo que ensombrece el paisaje y el ánimo. La moral y sus retorcidos tentáculos pueden empezar como mero entretenimiento en la cubierta de un barco, con dos caballeros reprobando a placer las conductas ajenas, y terminar de una manera totalmente imprevisible. 




jueves, 10 de julio de 2025

LAS SIETE MARAVILLAS DEL MUNDO ANTIGUO

El sentido del asombro y de la maravilla lo aprendí de mi madre. Crecí rodeado de él. Era, de alguna manera, parte del paisaje, y sus poderes benéficos se quedaron en mí, como el contacto con la enredadera del jardín o los viajes a las montañas verdes del norte. Es un sentido que se alimenta de la curiosidad y de la humildad, de descubrir constantemente que no sabes algo y morirte de ganas de aprenderlo. También tiene que ver con la inocencia y la vulnerabilidad: es un sentido que entronca con nuestro yo infantil que no tiene reparo alguno es mirar a alguien querido con cara ilusionada o dar saltitos de alegría ante algo sorprendente. «El asombro nos ayuda a darnos cuenta de que el mundo es más grande que nosotros mismos», escribe Bettany Hughes en Las siete maravillas del mundo antiguo, y es así. Con cada gesto de asombro ante alguna maravilla nuestra capacidad de imaginar se ensancha y crecemos un poquito por dentro. 

Siglos después de su construcción, sus nombres e historias aún nos fascinan: la Gran Pirámide de Guiza, los Jardines Colgantes de Babilonia, el templo de Artemisa en Éfeso, la estatua de Zeus en Olimpia, el mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas y el faro de Alejandría. Las siete maravillas del mundo antiguo fueron creaciones de asombrosa audacia y pruebas del alcance de la imaginación humana. Aunque hoy solo queda en pie la Gran Pirámide, la escala y majestuosidad de las siete maravillas sigue cautivándonos. Y este ensayo hace que vuelvan a cobrar vida ante nuestros ojos y nos ofrece un viaje magnífico en el tiempo para disfrutarlas en todo su esplendor. 

«Colectiva e individualmente, el impacto del las siete maravillas del mundo antiguo no se limitó a conmocionar y asombrar, como pretendían en un principio. También sirvieron como fermento de ideas. El mero hecho de vincular expresiones culturales heterogéneas nos da esperanza como especie: es un acto de comunión. Su enumeración es también un acto político. La inteligencia colectiva es el sello distintivo de nuestra especie». 

Este no es solamente un estupendo libro de historia, arqueología, arte y sociología. También trata sobre el significado del asombro y la maravilla y la necesidad que tenemos de asombrarnos y maravillarnos constantemente para poder vivir vidas plenas y felices. Al reaccionar con asombro y maravilla ante un monumento, bosque o anécdota de un amigo, le estamos otorgando un significado, lo estamos fijando en la memoria, estamos diciendo y diciéndonos que nos importa, que esa belleza que percibimos encuentra eco en nuestro interior, que nos conecta con quienes somos y con quienes queremos ser. 

Todo el mundo tiene la capacidad de asombrarse y maravillarse ante las cosas. Pero es un sentido que hay que cultivar, con voluntad, con inocencia y con conocimiento. Si no se cultiva, se marchita, como cualquier sentido. Y si se marchita no solo dejamos de disfrutar de una de las mayores fuentes de placer de la vida, sino que nuestra capacidad de imaginación y de empatía encoge y se atrofia y nuestro mundo se vuelve más pequeño. 

El sentido del asombro y de la maravilla lo aprendí de mi madre. Ella sigue maravillándose y asombrándose cada día ante cada pequeño milagro de la vida cotidiana. Y yo intento seguir su camino. Cada día, nuestro mundo se vuelve más grande. 




lunes, 7 de julio de 2025

EL JACARANDÁ

Recuerdo muy bien la impresión que me dejó Pequeño país, la primera novela de Gaël Faye. Ese impacto, ese escalofrío producido por la delicadeza con la que contaba una historia tan dura. Aquel pequeño país es Burundi, un pequeño pulmón verde en el corazón de África que se desangró terriblemente en los años noventa debido al genocidio tutsi y que pertenece a la historia íntima del autor. De madre ruandesa y padre francés, Faye vuelve a sus orígenes para contarnos una historia intensa y profunda sobre la necesidad de encontrar las raíces para construirnos una identidad en la que podamos reconocernos.  

El protagonista de esta historia es un chico de doce años que vive en Versalles y está empezando a descubrir el mundo. De madre ruandesa y padre francés, apenas sabe nada del origen del color de su piel. Ha vivido una infancia llena de silencios, de asuntos de los que no se puede hablar, como la vida y la familia que dejó su madre en su Ruanda natal, o la relación ambigua entre sus padres, construida sobre unos andamios a menudo demasiado frágiles. Un día de 1994 su madre llega a casa con un chico escuálido y herido, su sobrino, según les dice. Es un superviviente del genocidio que ha golpeado Ruanda y se va a quedar con ellos de momento. Ahí empieza para el protagonista el inicio de un viaje a sus orígenes que le llevará a buscar los secretos familiares a la sombra violeta de un jacarandá, un árbol capaz de florecer tras la tormenta. 

Gaël Faye tiene una sensibilidad maravillosa para recubrir la aspereza con una capa de delicadeza. Hay una inocencia, una vulnerabilidad en su prosa que no rehúye la mirada, que es capaz de enfrentarse a la peor violencia con un encomiable espíritu de resistencia. Pone palabras donde a menudo solo reina el silencio, y también encuentra silencio para compartir lo indecible. El jacarandá es una novela luminosa sobre la posibilidad de la vida y de la belleza después de la mayor barbarie. Una historia que insufla esperanza en pueblos que afrontan genocidios, como el palestino, para imaginar una vida posible cuando la violencia termine. 




jueves, 3 de julio de 2025

LOS NÁUFRAGOS DEL WAGER

Hacía mucho tiempo que no leía un libro de aventuras como este. Me ha recordado a las novelas de Emilio Salgari y Patrick O'Brian que leí de adolescente, aquellas historias de corsarios y piratas llenas de emoción viril y salpicaduras de mar enfurecido. Los náufragos del Wager tiene todos sus ingredientes, pero ofrece algo más: todo lo que cuenta es verdad. En la línea de El túnel 29de Helena Merriman o No digas nada, de Patrick Radden Keefe, este libro de no ficción recrea fielmente un hecho histórico con un aliento novelesco que hace que no puedas parar de leer. Y además es que el hecho histórico no puede ser más novelesco. 

El 28 de enero de 1742, treinta ingleses desnutridos, medio desnudos y al borde de la muerte llegaron a las costas de Brasil, donde fueron recibidos como héroes. Su historia era descabellada. Habían naufragado en una isla de la Patagonia, a miles de kilómetros de allí, y tras meses de sobrevivir penosamente en una isla desolada por tormentas heladas, habían conseguido construir una precaria embarcación con la que habían cruzado el estrecho más peligroso del mundo y conseguido sortear sin percance las costas españolas hasta llegar a Brasil. Eran los supervivientes del HMS Wager, un barco con unos quinientos tripulantes de la Marina Real británica que había zarpado dos años antes de Inglaterra con el fin de interceptar un galeón español y hacerse con su botín. Solo treinta hombres habían sobrevivido. Eran héroes. 

Pero la historia no acaba aquí. Seis meses más tarde, otro barco en condiciones aún peores llegó a las costas de Chile. En él solo llegaron tres ingleses medio muertos que, tras revivir gracias a la hospitalidad de los lugareños, contaron una historia que no coincidía del todo con la de los treinta héroes. Uno de estos tres pobres hombres era el capitán del Wager, que denunció un motín contra su mando. Ahora los héroes habían pasado a ser traidores. Ante las múltiples acusaciones de traición y asesinato por parte de ambos bandos, se convocó un consejo de guerra en tierras británicas. El juicio fue uno de los más sonados de la época y tuvo una repercusión enorme en la prensa y la opinión pública. 

Los náufragos del Wager es una historia apasionante de supervivencia en condiciones climáticas pavorosas, una historia de superación impensable y ofrece una reflexión muy interesante sobre los límites de los valores humanos cuando la vida se ve amenazada. Para sobrevivir, los náufragos tuvieron que crear sus propias reglas. ¿Qué es la lealtad a la Corona, la guerra contra los españoles o el código de honor naval cuando uno se está muriendo de hambre en una isla perdida de la Patagonia en medio de una tormenta de granizo? Seguramente no se equivocaban los antiguos griegos cuando decían que «están los vivos, están los muertos y están los que surcan los mares».

David Grann ha escrito un libro minuciosamente documentado que se lee como una novela de Joseph Conrad. Sientes el frío y el hambre mientras los límites entre la bondad y la maldad se difuminan y la condición humana se revela en toda su implacable complejidad.