lunes, 28 de abril de 2025

NI SIQUIERA LOS MUERTOS

Una chica viene a la librería. Una chica que conozco desde que era niña y se quedaba al fondo sentada en el suelo, durante ratos larguísimos totalmente perdida entre las páginas de algún libro de fantasía. Me pide ahora una edición especial de un clásico y hablamos. Dos, tres minutos. No más. Y hay en ese tiempo escaso y volátil un gesto de alegría. Una duda, un asombro. Una forma de estar en el mundo que se expresa franca y transparente y que guarda en su esencia la mirada cándida de los niños. Y de repente me doy cuenta de que a veces basta con eso, una mirada, cuatro frases, dos o tres minutos de conexión sencilla con una persona para ampliar mi percepción de la realidad. O para ajustarla, recolocarla, devolverla al lugar amplio y sin fronteras desde el que merece la pena observar el mundo. 

La librería me permite tratar con decenas de personas distintas todos los días. La mayoría pasan sin dejar huella, vienen y se van como coches surcando la noche con los faros apagados. Pero unos pocos, como esta chica, portan una luz, una llama que ilumina y a veces hasta calienta, y que me recuerda lo importante que es iluminar el camino. Porque la oscuridad solo engendra oscuridad. 

Y de esto va esta novela, creo. De oscuridad que solo engendra oscuridad, pero también de ampliar la capacidad de imaginar, de hurgar en esa oscuridad para rescatar la luz que nos marque el camino. Juan Gómez Bárcena es uno de los escritores españoles más brillantes que he leído nunca. El mundo, con sus palabras, parece otro. Parece nuevo. «Juan mira todas esas cosas en silencio, como se mira el serrín que queda en el suelo después de tallar por mucho tiempo una esperanza». Serrín, esperanza. Una simple imagen y todo cambia de luz. 

La novela nos lleva al México de los primeros españoles. Han pasado unos años desde la conquista de Tenochtitlan. Los suficientes para hacer que Juan parezca un soldado viejo, un hombre que declina, como declina el recuerdo de lo que hubo antes de la llegada de los primeros cristianos. «En poco más de veinte años lo español ha barrido todo vestigio de lo azteca, como otra peste que se propagara muy deprisa». Una peste que diezma a los indios sin apenas tocar a los españoles. Una sombra que se extiende sobre el terreno regado por la violencia de Dios. El soldado Juan, que ya no es soldado y apenas es hombre, recibe el encargo inverosímil de capturar a un indio que se llama como él. 

El indio Juan. Hay algo en sus ojos, dicen, ojos de santo o de loco, que lo atraviesa a uno. Algo hermoso y terrible, fuego en ascenso. Una flor en erupción, un volcán que florece. Hay algo en sus ojos que atemoriza, dicen, como atemorizan sus palabras cuando hablan de Dios y la igualdad que Él quiso entre los hombres. Un indio que ostenta sabiduría solo puede perderse en los caminos de la herejía. Y más cuando se atreve, oh, terrible pecado, a ponerle palabras comunes a las Sagradas Escrituras para que todos la entiendan, y comienza a predicar la Biblia, a leerles la Biblia a los salvajes que aún no conocen rostro cristiano. Pero no toda la Biblia, no. Solo aquellos pasajes que son los que le incendian la mirada, aquellos pasajes que hablan de amor, de libertad, de esperanza y de todas esas herejías que el demonio le susurra en su oído. 

Así que hay que prenderlo. Lo ha dicho el inquisidor. Prenderlo y llevarlo a la autoridad para que lo juzguen. O su cabeza en un saco, que viene a ser lo mismo. Quién quiere otro Lutero en las Indias, otro predicador contra la violencia, otro visionario. Ese sueño hay que erradicarlo. «Es el sueño de un hombre que por su ambición y belleza parece casi divino: fundar un mundo que contra todo pronóstico siga girando sin el combustible de la plata y el oro. Un mundo en el que sea solo lo humano cuanto se gana y cuanto se pierde». 

Y Juan parte en busca del indio Juan, al norte, siempre al norte. Cada vez más al norte, en un viaje a una tierra imaginada que nadie conoce, y el indio Juan se vuelve un símbolo, una quimera, un sueño que se desvanece cada vez que se intenta atrapar, más al norte, siempre al norte, donde le esperan otros sueños, hechos estos de cristales rotos y voces que escupen odio y escupen sombras y escupen fuego.

Esta novela ofrece en cada página una calidad literaria excepcional. En la estela de Kanada, pero radicalmente distinta. Hay música en sus frases, una cadencia que me imagino que es la expresión natural de la forma de pensar del autor, porque no imagino que pueda ser producto del cálculo. Es una música que se repite, con frases que aparecen y vuelven a aparecer, como los temas musicales de una sinfonía. Una música inabarcable en la que las miradas están muy presentes. Miradas densas de horror y de vacío que ni siquiera los muertos pueden ignorar. Miradas capaces de reducir una esperanza a polvo, y, a la vez, de reconstruirla en una melodía que proyecta futuro. 





jueves, 24 de abril de 2025

LAS BONDADES DE LA NATURALEZA

Hace unos años, en un viaje a París con mi madre y P., tuvimos la suerte de poder hacer una excursión a los jardines de Monet en Giverny. Giverny es un pueblecito sobre el Sena, a una hora en coche de París en dirección a Normandía, que debe su fama a la casa museo de Claude Monet. La casa es muy bonita y está cuidada con el mimo y la exquisitez con que los franceses suelen cuidar su patrimonio. Pero los jardines son otra cosa. Son un ensueño. Atravesar el túnel que pasa bajo la carretera y acceder a la zona acuática es como traspasar un umbral de belleza que uno raras veces tiene la ocasión de ver. Pero no solo se ve: se huele, se escucha, se toca y se siente. Allí están los famosos nenúfares y el famoso puente japonés, que proyectan recuerdos de belleza en cualquier persona familiarizada con el impresionismo. Pero lo principal es la experiencia silenciosa del paseo sinuoso por ese jardín de agua que te transporta fuera de la realidad y detiene el tiempo. El viaje a París fue maravilloso, disfruté como siempre de mi ciudad favorita del mundo, pero en esta ocasión, creo que solo esa excursión a los jardines de Monet ya hizo que mereciera la pena todo el viaje. 

Y de esto va el ensayo que acabo de leer (gracias a P., que me lo regaló porque me conoce bien y aguanta con cariño estoico mis bombardeos de fotos de las plantas y flores que me encuentro en mis paseos). Del poder de la naturaleza para colmar todos tus sentidos, para transportarte a otro lugar y detener el tiempo, para darte fuerzas, serenidad, alegría, para sanarte, para potenciar tus capacidades y hacerte vivir más plenamente. La autora, Kathy Willis, fue directora científica del Real Jardín Botánico de Kew, en Londres (en su pausa para comer podía recorrer el mundo entero en versión vegetal) y ha escrito este ensayo para enseñarnos hasta qué punto, desde un punto de vista científico, la interacción diaria con las plantas nos cambia la vida. 

Casi todo el mundo aprecia la naturaleza. (Digo casi porque aunque cueste creerlo, hay personas que nunca visitarían un parque por propia voluntad y no encuentran en los árboles y en las flores absolutamente nada que merezca una mirada). Casi todo el mundo está de acuerdo en que, aunque sea teóricamente, tener naturaleza cerca es preferible a no tenerla. Y Kathy Willis nos enseña que esta creencia popular tiene estudios que la respaldan y que la llevan mucho más allá de lo que solemos imaginar. Nos muestra, por ejemplo, que los pacientes que ven árboles desde las ventanas de su habitación se recuperan antes que los que solo ven asfalto o paredes de ladrillo. También disfrutan de mayor bienestar emocional y necesitan menos analgésicos. 

Pero, aparte de nuestro contacto visual con la naturaleza, el efecto de oler, oír o tocar ciertas plantas (incluso hablarles como les hablamos a nuestros animales domésticos) puede provocar cambios positivos medibles en nuestra salud física y mental. Si un estudio tras otro demuestra que tener espacios verdes a nuestro alrededor es tan beneficioso para nosotros, facilitar nuestro acceso a la naturaleza es en realidad una cuestión de salud pública. Y este libro es una llamada a los políticos para que se tomen en serio de verdad la salud de la gente e inviertan en naturaleza. No solo ganaremos en salud. También nos ahorraremos miles de millones de euros. 

Interactuar con la naturaleza de determinadas formas beneficia directamente nuestra salud. Ojalá en los próximos años se convierta en algo habitual y las políticas públicas nos permitan tener más contacto con la naturaleza para paliar dolencias físicas, mentales y sociales. No solo está en juego la salud de la población, también nuestra economía, porque seguir negando los beneficios de la naturaleza y expulsándola de los planes urbanísticos, sociales y sanitarios no solo perpetúa nuestra mala salud sino que nos arruina. 

Ojalá pueda volver a los jardines de Monet un día. Mientras tanto, leer este libro ha sido un perfecto recordatorio, riguroso, bien escrito y persuasivo, de que la naturaleza que nos rodea no solo es un bonito decorado para nuestras vidas, sino un elemento indispensable del que formamos parte y con una capacidad insospechada para procurarnos bienestar, salud, felicidad y todo aquello por lo que merece la pena vivir. 



lunes, 21 de abril de 2025

LA CASA DE PAPEL

Una profesora de universidad muere atropellada mientras hojea un volumen de Emily Dickinson. Es la destinataria póstuma de un misterioso ejemplar de La línea de sombra, de Joseph Conrad, llegado desde Uruguay en extrañas circunstancias, que va a parar a las manos de un compañero de departamento. Intrigado, este profesor inicia una pesquisa que le lleva a cruzar el Atlántico y descubrir los entresijos de un grupito de personajes que han dedicado su vida a los libros y que han apurado su pasión hasta sus más locas consecuencias. 

La casa de papel, de Carlos María Domínguez, es una nouvelle encantadora publicada por primera vez hace más de veinte años con inmenso éxito que ahora rescata la editorial Periférica. Es un libro para bibliófilos que nos habla de hasta qué punto podemos configurar nuestra vida en torno a la literatura. Es una joyita elegante, fluida, cálida, erudita y a la vez cercana, para gente que mima el disfrute de un libro con todos los sentidos, que apura el placer que dan hasta la última gota. Una novela sobre cómo la curiosidad de un hombre se enamora de una historia y se deja cautivar por el más improbable azar. 

«Bromeábamos con la idea de sumar la luz de las velas, solo en el caso de las obras anteriores a la luz eléctrica. Puede parecerle una excentricidad del todo innecesaria, pero pruebe a iluminar un cuadro al óleo con velas y advertirá que cobra un aspecto completamente distinto al de costumbre, por mejor iluminado que esté. Es un cuadro nuevo, las sombras cobran vida y se diría que ya no hay diferencia fundamental entre la luz que nace de los pigmentos y el aceite y el cuarto donde se encuentra. Los espacios se prolongan y usted ingresa a una dimensión reveladora. Algo similar ocurre con ciertos libros, ya que una página es, también, un formidable dibujo. Un juego de líneas y pequeñas figuras que se reiteran, de vocal en consonante, con sus propias leyes de ritmo y composición, y nunca es indiferente el cuerpo, la letra elegida, la medida de los márgenes, la solvencia del papel, la numeración a la derecha, centrada, la infinidad de detalles que le dan su prestancia. Por nueva que sea la edición y blanco el papel, a la luz de los cirios se tiñe de una pátina que introduce valores, matices, con maravilloso encanto». 

Para muchos, los libros no son solo un entretenimiento, un disfrute o una forma de conocimiento: los libros nos han hecho ser quienes somos. Y no podemos imaginar quiénes seríamos sin su influencia constante a lo largo de toda nuestra vida. Hay gente que lee para divertirse, para entretenerse, para formarse: los bibliófilos leemos para ser. Y, sin duda, por la influencia de ciertos libros somos capaces de casi cualquier cosa. Por ellos cruzaríamos sin dudarlo nuestra propia línea de sombra. 





jueves, 10 de abril de 2025

EL BALNEARIO

No iba a reseñar este libro. De hecho, a punto estuve de dejarlo a las veinte páginas del relato principal, el que da nombre al libro y por el que Carmen Martín Gaite ganó el Premio Café Gijón de novela corta en 1954. Pero seguí leyendo. Y cuánto me alegra haberlo hecho. Qué placer, qué auténtico placer de literatura. Creo que no hay escritora española del siglo XX que me guste más. Y estos relatos, junto con los de Emilia Pardo Bazán dedicados a la violencia contra las mujeres, creo que están entre los que más he disfrutado de toda la literatura española. 

Me ha gustado muchísimo cómo escribe la autora sobre el clasismo de los señores que no se juntan con gente de baja categoría. Y la vida resignada y apagada de esa clase baja cuya mayor escasez no es tanto de bienes como de aspiraciones y expectativas. Escasez de asombro y de ilusiones, de imaginarse vidas, de soñar vidas posibles y convencerse de que, a pesar de todo, quizá puedan hacerse realidad. Pero ¿cómo? ¿En qué calle, en qué ciudad? ¿En esta, dormida y triste, reprimida por la sombra de una guerra que ningún sol aclara?

Escribe sobre los pesares de la gente vulnerable. Sobre su tristeza íntima e inconfesable. Sobre su mansa aceptación de un mundo que les agrede, un mundo áspero y frío que no tiene piedad con quien no ha nacido en la familia adecuada. Sobre la fiebre de los pobres, que mata silenciosamente mientras los médicos bien vestidos suben las escaleras de las casas pudientes con sus jarabes e inyecciones. Y también sobre la fiera dignidad de los que quizá vivan en los portales de los edificios elegantes, pero no se sienten por debajo de nadie porque tienen sus dos apellidos y un cuerpo y una casa con un rayo de sol por las mañanas, y un oficio y una vida, suyos, no prestados, no regalados por nadie. 

Este es un libro de relatos sobre la maravilla que encierra lo cotidiano si se sabe mirar bien. Y qué bien miraba Carmen Martín Gaite. Qué privilegio aprender a mirar con sus ojos.  




lunes, 7 de abril de 2025

HAY GATOS EN ESTE LIBRO

Hay gatos en este libro. Es importante saberlo. Porque no hay solo uno, ni dos, ¡hay tres gatos! Y cada gato tiene su personalidad y sus gustos. Se llaman Chiqui, Luna y Andrés y, si quieres jugar con ellos, solo tienes que pasar la primera página. Bueno, la segunda, porque en la primera todavía no están. Bueno, en realidad en la segunda están solo a medias. Tendrás que pasar alguna solapa, despertar a Chiqui de su siesta, tener una fuerza hercúlea para descubrir a Andrés debajo de su enorme panza, digo, de la enorme solapa que lo tapa, y Chiqui te dirá que sigas pasando páginas, que hay lana bonita con la que jugar, ¡lana, lana, viva la lana! Eso es, ¡hurra, qué bien sabes pasar las páginas!, pero sigue, sigue, porque hay todavía más lana, y más y más, hala, pero mira eso, ¿y esas cajas de cartón? ¿Pero dónde se han metido Chiqui, Luna y Andrés? ¿No había gatos en este libro? Ah, que se han escondido en las cajas, los bribones. ¡Cómo les gustan las cajas! ¿Te animas a abrirlas para buscarlos? ¿Y a hacer una pelea de cojines? Vamos, ¡pasa la página, pasa la página! Y, ohhh, no puede ser, Chiqui se acaba de subir sobre la cabezota enorme de Andrés y se ha asomado a la página siguiente. ¿A que no sabéis lo que ha visto? ¿No? Ha visto PECEEEEES. ¿Pero también hay peces en este libro? ¿En serio, hay algo que no haya en este libro? 

Sí, hay algo que no hay en este libro. Ahora que he pasado todas las páginas y he cerrado las tapas y que Chiqui, Luna y Andrés no me oyen, os puedo decir que hay algo que desde luego no hay ni por asomo en este libro. Y os lo voy a decir bajito bajito, porque es un secreto secreto secretísimo. En este libro no hay... a-bu-rri-mien-to. 



jueves, 3 de abril de 2025

MI MARIDO

La protagonista de esta novela desearía vivir enamorada para siempre. En el éxtasis vertiginoso de las primeras semanas, cuando todo es una promesa de felicidad perfecta. Desearía que el amor fuera para siempre ese alfilerazo diario en el corazón, esa incomodidad deliciosa, ese pálpito que coquetea con la angustia y que en la mezcla de dolor y placer encuentra su delicia más pura. Desearía sentir todas las mañanas esa brutalidad tierna que nos lleva a querer caminar por el borde de un precipicio bailando nuestra mejor versión porque lo que vale y por lo que se reza es la adrenalina de lo desconocido y el placer oscuro y denso de conquistar para sí lo ajeno. 

La protagonista de esta historia lleva trece años felizmente casada con el padre de sus dos hijos, un hombre a todas luces perfecto por el que todas sus amigas suspiran en secreto. Y, sin embargo, quiere más. No está satisfecha. Nada satisfecha. Porque lo que más duele no es amar lo inaccesible. Lo más doloroso es amar lo que ya se tiene, y no sentirse nunca plena. Pero ¿cómo amar menos? ¿Cómo conformarse con el amor acostumbrado, con el amor normal y tranquilo que da la seguridad y la confianza? Ella quiere exaltación, dudas, celos, imprevistos, conflicto, que su marido se suba a la montaña rusa emocional con la que ella experimenta el amor y vivan al unísono al margen del tiempo. No basta con tener la vida soñada. Quiere que su amor loco sea correspondido con la locura adecuada. Y para conseguirlo está dispuesta a todo. 

¡Cómo me he reído con esta novela! Es una locura absoluta, de principio a fin. Y, a la vez, sospecho que describe una vida bastante real para mucha gente. Está claro que si hay algo capaz de obsesionarnos hasta desquiciar nuestro comportamiento es el amor romántico. Y la autora lo disecciona con un encanto divertido e intrigante que te atrapa desde la primera página. ¡Qué voz protagonista! Hace mucho que no me metía tan de lleno en un fluir de conciencia como este. 

Mi marido describe a un marido que es «la perla rara», «el príncipe azul». Un marido que apenas tiene voz propia en la novela porque el discurso de la narradora no tiene en cuenta nada más que su propia lógica en la que solo caben ella y sus necesidades. Ella y sus miedos. Ella y su obsesión por modelar a su marido según la imagen que se ha hecho de él y que necesita a toda costa para mantener la cordura. La suya es una vida dedicada a echar de menos. A fijarse en lo que le falta, en lo que podría haber estado mejor. Tiene una percepción agudísima de lo que está mal y una ceguera absoluta para lo que está bien. Un inconformismo que no es ya rebeldía, sino fervor por un dios muerto, puro vicio. 

Maud Ventura escribió esta novela durante tres años en el metro que la llevaba a su trabajo. Se inspiró en su vida y en personas que conocía, pero también en películas, libros (Annie Ernaux, sobre todo), anuncios, podcasts y todo aquello impregnado de la cultura del amor romántico que nos rodea. El resultado ha sido un exitazo impresionante en Francia. Ojalá nos haga reír y pensar con el mismo éxito también aquí.